jueves, 27 de agosto de 2020

Y ME FUI A VER A PUMAS AL BERNABÉU

Era el 2004. En aquellos ayeres era yo muy fanático del futbol soccer. Era un declarado y abierto seguidor de los Pumas de la UNAM en México y del Real Madrid en España. Fue una época en la que prácticamente cada 15 días iba con mi papá y mis mejores amigos al estadio de Ciudad Universitaria.  

Recuerdo perfectamente que un día por la tarde/noche venía de regreso del trabajo a casa, escuchando el noticiario nocturno y cuando llegó el momento de la sección de deportes, abrieron diciendo que se rumoreaba fuertemente que el Real Madrid estaría invitando ese año a jugar el trofeo Santiago Bernabeú a los Pumas de México al mítico estadio del Paseo de la Castellana.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No lo podía creer. Tengo el recuerdo nítido del momento preciso. Tuve incluso que orillarme sobre Calzada del Hueso para digerir lo que acaba de escuchar. ¿Mis dos equipos del alma enfrentándose? Eso era una cosa de una sola vez en la vida y que muy difícilmente se podría volver a repetir. 

La invitación se estaba fraguando ya que Hugo Sánchez, aquélla gran estrella del equipo merengue durante la década de los 80's y principios de los 90's era el Director Técnico del equipo Universitario y su ex compañero de equipo y amigo, Emilio "el buitre" Butragueño acababa de ser nombrado vicepresidente deportivo del equipo Madrileño.

Recuerdo haber llegado a casa con un chutazo de emoción a contarle a mi papá. Una parte de mí quería salir corriendo a investigar como podría comprar boletos y viajar a Madrid a presenciar el partido. Otra parte, la objetiva, seria y sensata, que desgraciadamente predomina en mí, me decía que fuera prudente, que unos meses antes, en Abril de ese mismo año, había viajado con mi camarada a Europa a un crucero por las islas griegas, a París, a Reino Unido y a Bélgica en un viaje de más de 3 semanas. Era un poco loco regresar a Europa tan solo 4 meses después y con el gasto que eso implicaba. Además ya me había acabado mis vacaciones disponibles de ese año en el trabajo. ¿Qué hacer?

Pasaron los días y la noticia se confirmó. El 31 de agosto del 2004 los Pumas de México estarían en el terreno del Santiago Bernabéu disputando el trofeo con el mismo nombre. 




La emoción me volvió a invadir, yo tenía que estar ahí de alguna u otra forma. Las preguntas comenzaron a llenar mi cabeza. ¿Quién me podría acompañar? ¿Cómo podría conseguir entradas? (Esto fue en 2004, nada se conseguía desde un smartphone como hoy) ¿Cómo podría conseguir más vacaciones en el trabajo? No tenía las respuestas pero ya lo había decidido: iba a estar en ese partido.

Comencé a cabildear entre mis amigos quien pudiera o quisiera acompañarme. Sin embargo, empecé a toparme con pared. "¿Estás loco?" me dijo alguno. "No tengo dinero" me dijo otro. "Yo ni le voy a Pumas" comentó alguno más. "Pero si acabas de estar en Europa" sentenció el último. La emoción empezó a decaer. Mi sueño empezaba a desmoronarse. No encontraba a ningún otro loco que estuviera dispuesto a acompañarme en esta aventura.

"Claro, pensé. "¿A quién se le ocurre tremenda locura?" Recuerdo haber llegado a casa bastante cabizbajo y mi padre que me conocía como nadie en este mundo, me preguntó que me pasaba. Le comenté que nadie podía o quería ir conmigo, así que lo más seguro era que no fuera. Y me contestó de la manera más contundente posible y que quedó grabada en mí para siempre: ¡Pues vete solo!

Hasta ese momento jamás me había planteado la posibilidad de hacer un viaje solo y menos a Europa, siempre había viajado acompañado de familiares o de amigos, sin embargo, en ese momento la idea empezó a tomar fuerza y forma en mi cabeza.

Por casualidad (o causalidad), a los pocos días me fui con mi papá a Veracruz a visitar a mi abuelo que vivió en el puerto jarocho los últimos años de su vida. En algún momento de una tarde cualquiera sentados en su sala, mi papá sacó el tema del viaje y le comentó  que yo no me animaba a ir porque nadie quería viajar conmigo y porque ya había tomado mis vacaciones y todas esas telarañas que tenía en mi cabeza. Mi abuelo sereno, volteó y me dijo con esa sabiduría que solamente los abuelos tienen y me dijo: "¿Tienes el dinero? ¿Tienes el tiempo y tienes las ganas? Pues no lo pienses más y vete! Eso es lo único que te vas a llevar a la tumba cuando te vayas de este mundo, así que no lo pienses más hijo y ve". Nunca olvidaré ese momento y esas palabras.


La última foto que me tomé con mi abuelo


Regresando a la ciudad de México, comencé todos los preparativos. Le pedí permiso a mi entonces jefa de tomarme unos días adicionales de vacaciones y me dijo que sí. Contacté a una vieja amiga propietaria de una agencia de viajes para ver si ellos podían conseguirme boletos para el partido y la respuesta fue que sí. Ellos me vendían todo el paquete, avión, hotel y entrada para el partido. "Curiosamente" todo se estaba alineando. A los pocos días tenía todo listo para irme solamente 4 días única y exclusivamente para ver el partido. 

Viajé a Madrid completamente solo en el vuelo 6400 de  Iberia el domingo 29 de Agosto, me hospedé 3 noches en el hotel H10 Villa de la Reina en el número 22 de la Gran Vía, en pleno centro de la capital española. El lunes 30 lo dediqué a recorrer Madrid y disfrutar del Museo del Prado y del Reina Sofía en donde me quedé horas admirando una de mis pinturas favoritas: El Guernica de Picasso. Caminé, comí, bebí y disfruté la capital española a mi ritmo y sin prisas, sin tener que ajustarme a la agenda de nadie más que la mía. En la noche me fui a echar cañitas en diferentes bares cercanos a la Puerta del Sol con mi tío Pepe y mi tía Rocío a quienes me encontré por "casualidad" (una más) en el museo del Prado ese día más temprano. Y fuimos a cenar un exquisito cochinillo al restaurante el Botín (el restaurante más antiguo del mundo según el récord Guiness).

Llegó el martes 31 y día del partido. Como mi corazón estaba partido, me puse la camiseta del Real Madrid y encima la de Pumas. Instalado en mi butaca prácticamente en el medio del campo, ví como salieron a calentar ambos equipos. Camacho, el director técnico del Madrid, subestimó al "pobre" equipo mexicano y salió a jugar sin varios titulares. Pumas por el contrario salió con cuadro de lujo. Ese que le permitió ser el primer bicampeón de torneos cortos del futbol mexicano.  Inició el partido y Pumas se fue con todo, era su oportunidad de hacer historia y no dejaban hacer nada al equipo blanco.

De repente, Hugo Sánchez salió del banquillo a dar instrucciones y absolutamente todo el Bernabéu empezó a corear al unísono el grito de “¡Hugo, Hugo, Hugo!”. Simplemente impresionante. Al verse rebasado en la cancha, Camacho dio la instrucción a los galácticos de calentar, así que a unos cuantos metros de mí ví alistarse a Beckham, a Figo y a Zidane, quienes entraron a jugar minutos más tarde.

Al minuto 70, Israel Castro por el costado derecho (justo del lado que yo estaba en el estadio) a las afueras del área hizo una pared con el uruguayo Diego Alonso, quien regresó de primera y Castro sin pensarlo, la prendió con parte externa en un tiro cruzado maravilloso que terminó al fondo de la portería defendida en esa ocasión por César. Un golazo de niveles galácticos y que a la postre le dio el trofeo al equipo mexicano. Marcador final: Real Madrid 0 – Pumas 1. Histórico.

Esta historia la recuerdo con mucho cariño, por el viaje en sí, por la tremenda experiencia de viajar solo y asistir al partido pero creo que más por las palabras y enseñanzas tanto de mi padre como de mi abuelo. Quienes me enseñaron que la vida hay que vivirla. Que no hay que detenerse. Que hay que aventarse y que no hay que depender de nadie para hacer las cosas. Si quieres hacer algo, hazlo. Si alguien se quiere unir excelente, pero si no, eso no puede detenerte. Al final lo vivido es lo único que nos vamos a llevar el día que termine nuestro paso por este mundo. Colecciona momentos, no cosas. Hoy se cumplen 16 años de esta experiencia y la guardo en lo más íntimo de mi corazón. Y sí, es de las cosas que me voy a llevar a la tumba. Gracias pa y abuelo por incitarme a hacerlo. Creo que nunca les agradecí lo suficiente. Vaya hasta donde estén un tremendo y cariñoso: ¡Gracias!

¡Hala Madrid y Goya!


Pumas levantando el trofeo en el centro del campo y abajo mi boleto de entrada.

miércoles, 22 de julio de 2020

LA CARTERA DE MI ABUELO



En 1928, mi abuelo materno, Juan María Saenz de la Maza Ranero, a sus 14 años dejó su natal Santander para viajar a América. Su madre lo acompañó al puerto para despedirlo. Le regaló la cartera que aparece en la foto a la que le cosió una medallita de Cristo y le metió una imagen de la Virgen de la Caridad para que lo cuidara. El barco zarpó y a lo lejos quedó su España querida y su madre, a quien nunca más volvió a ver. Hoy tengo esta joya de cartera que está por cumplir un siglo, gracias a mi madre.

Por cierto, en Illescas, celebran a la Virgen de la Caridad cada 11 de marzo, día en que la Xime y yo nos casamos sin conocer la historia detrás. Creo que es una señal de que el abuelo nos cuida desde arriba así como la misma Virgen que lo cuidó a él.


lunes, 27 de abril de 2020

EL DÍA QUE CONOCÍ A MESSI


Era diciembre del 2004. Estábamos en Barcelona, España. Mi mejor amigo Carlos, su esposa Normita y yo habíamos ido a visitar a mi entrañable amigo Armando Neria, a quien habían mandado a la ciudad condal como corresponsal del periódico deportivo Récord siguiendo los pasos del mexicano Rafa Márquez, quien en aquél momento, formaba parte de la escuadra blaugrana. 

El 21 de diciembre, el Barca del holandés Frank Rijkaard jugaba contra el Levante del alemán Bernd Schuster. Sí, el mismo Schuster que había jugado en el Real Madrid con Hugo Sánchez. Unos días antes, ese diciembre, la FIFA le había dado el trofeo como mejor jugador del 2004 a Ronaldinho. El maravilloso número 10 del equipo culé. El que hacía magia en el terreno de juego.Y nosotros estábamos ahí y teníamos la posibilidad de ver en vivo al mejor jugador del mundo, así que nos dimos a la tarea de conseguir boletos para el partido. Armando evidentemente tenía pase de prensa, pero nosotros no. Eran otros tiempos y los boletos no se compraban desde el celular como hoy. Así que tuvimos que ir  a las taquillas del Camp Nou. 

Justo antes de llegar a preguntar, nos interceptó la versión catalana de Pedro Picapiedra. Un tipo gordo, grande y con una gran sonrisa.”¿Quieren entradas eh?” Nos preguntó. “Yo les ofrezco boletos a menor precio que los oficiales” dijo muy seguro de sí mismo. Dudamos. Pero por arrebato, por pena,  por miedo o por las ganas locas de ver a Ronaldinho, le dijimos que sí. Creo recordar que le dimos la mitad del precio acordado y quedamos de vernos minutos antes de que empezara el encuentro a las afueras del estadio para pagar el resto, recibir los boletos e ingresar al partido. Nos fuimos con más dudas que certezas. “Seguro nos robó” dijo alguien. “¿Cómo puede ser que nos venda los boletos más baratos que en taquilla? Preguntó alguien más. “Somos unos pendejos” pensé yo. Ese día nos fuimos al Park Güell a pasar la tarde. El ánimo en el grupo no era el mejor. Nos habían robado. Era evidente. Nosotros, habitantes de la Ciudad de México, acostumbrados a las tranzas y a los robos y ¿ habíamos caído en una trampa tán fácil?”. No nos lo perdonábamos. Nos fuimos caminando desde el parque hasta el departamento de Armando. Quien aseguraba que ya en un par de cuadras llegábamos. Y pasaba el tiempo y pasaban las cuadras y nada. -“Ya es aquí, en nada llegamos” -volvía a decir Armando-.   Y volvían a pasar los minutos y las cuadras. Después de no se cuanto tiempo y no se cuantas cuadras, finalmente llegamos. Agotados. Hartos y convencidos de que además, habíamos sido estafados. Nos sentamos a tomar algo. “¿Vamos en la noche al estadio a confirmar el hurto o ya mejor nos damos por vencidos y vemos el partido por televisión?” -Era la pregunta que rondaba en el aire-. Después de mucho pensar y debatir, decidimos ir. Total, no perdíamos nada más que el dinero que ya habíamos dado. Así que tomamos la Línea 3 del metro y nos bajamos en la estación Palau Reial.

Anduvimos unos 10 minutos a pie hasta llegar al lugar acordado. Nada de nuestro vendedor. Compramos unos churros rellenos en un puesto callejero buscando hacer tiempo. Nada. Caminamos a lo largo de toda la calle para ver si lo encontrábamos. Nada aún. Regresamos al punto acordado. Ni sus luces. El inicio del partido estaba encima. El robo se había confirmado. Nos dimos la media vuelta y enfilamos de regreso a la estación de metro. Tristes por haber sido engañados, robados y por habernos quedado a tan pocos metros de ver al Barca y al mejor jugador del mundo. Íbamos ya dispuestos a dejar el barrio de Les Corts, cuando de repente, ya dando todo por perdido, escuchamos un grito a nuestras espaldas -“Hey chicos”- voltéamos y ahí estaba. Era el vendedor de boletos. -“Una disculpa, pero se me ha hecho tarde, les presento a mi viejo”- dijo. Todos nos voltéamos a ver sorprendidos. Sonreímos. No lo podíamos creer. Lo habíamos logrado. Sacó de la bolsa de su cazadora de mezcilla azul clara 3 tarjetas. 3 abonos de temporada, cada uno con foto. Nos dió una tarjeta a cada uno e instrucciones precisas. “Estos son abonos de gente que no vino al partido” – “Ustedes los van a entregar pero no volteen a ver a los ojos a las personas de la entrada” “Es más, agachen la cabeza mejor”.   “Una vez adentro, cuando lo hayamos logrado me pagan la diferencia”. No lo podíamos creer nuevamente. No nos habían robado pero ahora podríamos acabar en la cárcel.
Con miedo, Carlos, Normita y yo hicimos lo que nos dijo. Armando huyó con su pase de prensa.  Recuerdo que yo tomé el carnet en mi mano izquierda. La mano derecha la guardé en la bolsa de mi chamarra roja. Me puse mi gorro para el frío, escondí media cara por debajo de la bufanda y me formé. Los 3 en filas diferentes.  Poco a poco fue avanzando la gente. Me pareció una eternidad. Yo ya me imaginaba hablando a mi padre para que fuera a sacarme de prisión. Llegó el momento. Entregué el abono temblando. Hundí más la cara en la bufanda. Sudaba a pesar del frío. Estoy seguro que el tipo de la entrada ni me volteó a ver. O probablemente sí y únicamente le causé risa porque no dijo absolutamente nada. Ya adentró busqué por todas partes a mis cómplices. Y ahí estábamos. Adentro los 3. Saldo blanco. Ningún detenido. Finalmente lo habíamos logrado. Estábamos adentro del Camp Nou.

Pagamos la diferencia que teníamos pendiente con nuestro dealer de boletos. Caminamos junto con él y su viejo a los lugares. Todos juntos y felices como una familia de delincuentes después de haber consumado un atraco.  Eran unos súper lugares. Nivel de hasta abajo justo atrás de la banca del Barcelona. A 20 metros de los jugadores suplentes.

Antes del inicio del partido salieron todos los jugadores. Ronaldinho encabezando la fila. En sus manos llevaba el trofeo que le acababa de dar la FIFA como mejor jugador del 2004. El astro brasileño dirigió unas palabras a toda la afición culé. Básicamente dedicando el premio a todos y cada uno de los presentes.   Nosotros incluídos evidentemente. Mi amigo Carlos era gran aficionado del Barca en aquéllos ayeres. Así  que no daba crédito a lo que estábamos viviendo. Yo tampoco. A pesar de ser fanático del Real Madrid. Estábamos en uno de los mejores estadios del mundo y Ronaldinho nos acababa de dedicar y agradecer su premio. Nada podía ser mejor.

Inició el partido. El Barca era una aplanadora. Pero en ese partido empezó a  acusar el cansancio de media temporada. De 13 victorias en 17 partidos. Le vendría de perlas el descanso navideño.  El primer tiempo acabó apenas 1 -0 a favor del equipo local con un gol de Alexis al minuto 28. Poco que contar a casa durante la primera parte. El árbitro pitó el final y los equipos se iban al descanso.   Armando bajó del palco de prensa para compartir con nosotros durante el medio tiempo. Aprovechamos para comprar un bocata de jamón y una cerveza Estrella Damm.

Pasaron los minutos. Saltaron los jugadores nuevamente a la cancha. Al final, siempre más rezagados los jugadores suplentes comenzaron a tomar sus lugares en la banca que teníamos a unos cuantos metros enfrente de nosotros.  De repente se escuchó a lo lejos un grito –“Armando”- No hicimos caso y seguimos platicando. Nuevamente se escuchó –“Armando”- No era nuestra imaginación. Alguien le gritaba a mi amigo.  Volteamos para todos lados pero no logramos ubicar de donde venían los gritos. Un tercer grito ahora más fuerte –“Armando”- de repente, todos volteamos a la banca del Barca. Justo de ahí venían los gritos.  Cuando lo ubicamos con la mirada, un niño suplente del Barcelona simplemente levantó la mano y la agitó saludando con muchas ganas a mi amigo quien de manera educada le devolvió el saludo. Después del saludo, el chaval se guardó finalmente en la banca y tomó su lugar. “¿Quién es?” - le preguntamos a Armando. “Es un chico de 17 años de las básicas del Barca que juega simplemente espectacular. Ese chaval la va a romper”. Dijo Armando. Era un chaval que jugaba con el número 30 en los dorsales en el 2004 cuando le dieron el premio a Ronaldinho como mejor jugador del mundo. Su nombre: Lionel Messi.
 
Con Ronaldinho, mejor jugador del mundo 2004.